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Una elección al azar. Escojamos una obra de la antigüedad griega, Los Nueve Libros de la Historia por ejemplo. Herodoto no sólo describe las guerras y campañas entre europeos y asiáticos sino, además, imperios, reyes, faunas, geografías, dioses, bestias, costumbres (con énfasis en la religión, el vestir y la sexualidad), magias y todo lo que podríamos imaginar para soñar un mundo copioso. A pesar de ello podríamos querer creer que nuestro universo, la idea que tenemos de el, es infinitamente más diverso. Historiar la progresiva destrucción de la diversidad es mi propósito, mi Torre de Babel.

Pudo haber comenzado con una pregunta. Cada hombre, en su infancia, repite las interrogantes que los hombres se formularon al comienzo de la civilización. Una cicatriz, un reflejo, un gesto, cualquier cosa, pudieron ser el origen de nuestras preguntas; las más duraderas son sobre la vida, la realidad; sobre nuestra esencia y origen. Como consecuencia por cada respuesta conseguida el número de preguntas se multiplicaban poblando hasta el vértigo al inocente mundo con incógnitas. En ese distante pasado el mito era la forma de comprender el universo; los Dioses y Fuerzas de la Naturaleza cohabitaban con el hombre (de hecho, algunos de los hombres eran Dioses); y la vida parecía estar en todo aquello que tuviera movimiento. Sobrevivíamos en un mundo hostil, mundo del cual no sabíamos nada, ni siquiera qué era en esencia.

El mundo iba perdiendo su novedad. El Hombre (que ya se había procurado techo y alimento) recreó a los Dioses a su imagen y semejanza. Ellos, para no ser alcanzados por nuestra curiosidad, emigraron a altas montañas como el Sinaí o el Olimpo; no sin antes entrar en comercio con mujeres para legarnos dinastías de reyes, faraones, sacerdotes y emperadores. Mientras, el Mito iba siendo reemplazado por la Filosofía; ausentes los Dioses aparecieron los profetas, pitonisas, iluminados y chamanes; y la vida era considerada un don de los Dioses o la posesión de un Espíritu. El tamaño del mundo, en Occidente, había crecido: del tamaño de una persona ahora (estamos a un siglo de la fundación de Roma) abarcaba desde las Columnas de Heracles hasta el Ganges y desde las extensiones infinitas de los escitas hasta las misteriosas tierras salvajes de Etiopía.

Los hombres tejieron tramas cada vez más complejas del universo. Nuestras preguntas insinuaban un mundo diversificado hasta la fantasía. A causa de nuestra naturaleza los Dioses decidieron que ya no estaban a salvo del Hombre y buscaron refugio más allá de los confines del Mundo en las hipotéticas antípodas, en Himalayas más altas que las conocidas, en las estrellas, en regiones inhóspitas, imposibles. Cuando el Imperio Romano de Occidente declinaba ya hacía bastante tiempo que los Dioses no hablaban con ningún hombre; a falta de profetas apareció el poeta. Ya no podíamos escuchar a los Dioses pero siempre recibiríamos su Inspiración. Para entonces el Mundo ya se extendía desde la Britania hasta la China.

Inevitablemente las criaturas que más queríamos debían morir de irrealidad. Los largos viajes y exploraciones confinaros a los dragones, arpías, rocs, grifos, nereidas, criaturas celestiales y demoníacas de varia invención a bestiarios que de tratados naturales pasaron a ser meras curiosidades. De todos los animales fantásticos sólo sobrevivió el más solitario e increíble: el Hombre. América ya había sido encontrada y olvidada por lo menos dos veces. El fin de las glaciaciones aislaría a los primeros (nosotros) y el olvido terminaría con los vikings, los últimos. Europa encuentra América y nacen (y también mueren) las utopías. Ahora la Ciencia ocupa el lugar de la Ontología; los dioses se habían diluido en el Dios único de los cristianos y los musulmanes, incluso aquí, donde el concepto de Dios-creador al modo europeo no existía; la vida no era sólo un don divino sino también la propiedad de los cuerpos de nacer, crecer, morir y reproducirse; los héroes heredaban de los poetas los últimos vestigios de divinidad en el alma del Hombre; y nuestro universo ya era el Sistema Solar.

Y, siendo viejo, el Hombre sintió que ya había contestado casi todas las preguntas. Para el siglo XIX las ciencias llegaron a tal grado de profundidad que los científicos, prematuramente abrumados por el tedio, predijeron el conocimiento total para las primeras décadas del siglo XX. La Tierra había sido medida, cartografiada, descrita e historiada. Aunque inmenso tras 50 siglos de Civilización el hombre había logrado domar la increíble diversidad del Behemot que era el Universo. Gracias a Dios el Universo (el Sistema Solar) se gobernaba con la precisión de las matemáticas de entonces y abarcaba un radio cercano a 80 UA.

Pero llegó el siglo XX. El asombro nos devolvió a la infancia. Los nuevos descubrimientos terminaron por demostrar al Hombre la invisible vastedad del Universo.  El Sistema Solar era sólo un fragmento de la Galaxia, que luego pasó a ser una galaxia entre un fragmento de los que componen el Universo; la materia ya no es algo que ocupa un lugar en un momento determinado sino un acontecimiento o un campo que se propaga por el espacio-tiempo; nuevos paradigmas generados por la matemática y la biología modificaron la Ciencia y la vida (por lo menos la terrestre) puede ser conceptualizada en base al ADN o ARN activo y la capacidad de reducción de la entropía del ambiente; el origen del Hombre no es directamente divino sino, literalmente, estelar: polvo de estrellas; el Universo conocido se mide en Gigapársecs y aún así, hasta donde se sabe, toda esa inconcebible materia (con sus imperios, reyes, faunas, geografías, dioses, bestias, costumbres, y magias) se compone por una o dos partículas elementales…

Ante tanta libertad (e incertidumbre) la Arquitectura, por ejemplo, multiplicó hasta la nausea los estilos creando una falsa diversidad acogedora. Quizá descubramos que la forma del Universo es la de un Hombre y que más allá de los quarks esta la nada. Que multiplicar las cosas son tan vanas como escribir este texto que bien pudo haber sido un haiku, que bien pudo no ser escrito.

Postdata: el mundo ya no es tan hostil, pero todavía no sabemos que es, ni siquiera si es un sueño.